PINGÜICHÍS
Cuento
de Raquel Silvetti
Esta
es la historia de un pingüino muy diferente a los demás... se llama Pingüichís y
pronto sabrás por qué.
El
viento antártico soplaba diferente a otros días, como anunciando el tan
esperado nacimiento.
-Crac…crac…¡crash!
-Ya
nació- dijo emocionado papá pingüino, después de haber incubado el huevo
durante sesenta días. ¿Sabes? es tarea del pingüino empollar el huevo, mientras
mamá sale en, busca de alimento, para
satisfacer el apetito del pequeño al nacer.
-Ya
voy… ¡ya estoy ahí! -gritaba mamá pingüino acercándose lo más rápido con que
sus torpes patas le permitían caminar. Al Acercarse al cascarón, el bebé asomó
la cabeza y dijo algo muy extraño…
-Achís…
¡atchiiiis!
-¿ATCHIS?-
exclamaron sus padres.
Claro,
porque aunque te cueste creerlo, el bebé estaba resfriado y sus papás
desconocían esa palabra tan rara que decía el pequeño.
-Bueno…te
llamarás PINGÜICHÍS- dijo orgulloso papá, ante la curiosa mirada de la
parentela que había asistido al nacimiento.
Una
anciana pingüino dijo, que Pingüichís seria famoso porque había nacido en una
noche de aurora polar verde.
-Es
hermoso, ¿verdad? Pequeño bebé, la aurora polar será tu madrina y te protegerá
toda la vida- dijo mamá emocionada.
Muchas
veces en la Antártica, por lo general en primavera y otoño, velos y chorros de
luces multicolores cubren el cielo. Es un maravilloso espectáculo.
Pingüichís
pronto se hizo personaje en la Antártida, su hogar, ya que era el único
pingüino que decía: “achís…achís”. El pequeño polluelo paseaba cabalgando sobre
las patas de su madre, abrigado por los pliegues de la tibia piel de la pancita
de mamá. Qué afortunado, ¿no crees?
-Pingüichís,
¿quieres venir a jugar?- preguntaban los otros pingüinos.
-¿Puedo,
mami?- preguntaba asomando la cabeza.
-Todavía
no, pequeño travieso. Aún eres muy pequeño- respondía la mamá dándole piquitos.
Al
cumplir las nueve semanas de edad, Pingüichís era un pingüino hermoso,
regordete. Con su abrigo gris y el antifaz blanco alrededor de los ojos…era
todo un muñeco. Sus padres se sentían orgullosos, porque ya entraría al Jardín
“LOS PINGUIS”.
Ahora
sí, papá y mamá podrían ir de pesca juntos, sabiendo que el pequeño quedaría en
buenas manos. La maestra era un pingüino muy elegante, con resplandeciente
pechera blanca y el resto del traje negro, como todos los adultos. Se encargaba
de enseñarle a los polluelos muchas piruetas en la tierra, para que cuando
fueran al mar estuvieran bien entrenados.
Esto
le encantaba al pequeño Pingüichís, pero cuando la maestra comenzaba con el
“sermón de los pingüinos”, Pingüichís se ponía a jugar con cualquier cosa.
Y
es que era muy estricta con sus alumnos, cuando de aprender se trataba. Igual
que lo debe de ser tu maestra ¿no?
Les
hacía repetir todos los días:
1-Al
ir a nadar, tenemos que mirar que no venga el leopardo marino, porque e nuestro
enemigo.
2-En
tierra, si divisamos un “skúa” (especie de gaviota), hay que correr a
refugiarse. Es un ave muy mala que se come a los polluelos.
3-Nunca
hay que acercarse a la aldea del animal que camina en do patas como nosotros y
vuela en ajaros gigantes. No sabemos si es nuestro amigo.
Pingüichís,
que se tomaba todo a risa- y eso no está muy bien- soñaba con volar como esas maravillosas
aves gigantes.
Hacia
intentos sí, subiéndose a una montaña de nieve y lanzándose al vacío pero… ¡plash!,
caía de panza en el hielo.
-¿Qué
comerán esas grandulonas para tener esos músculos tan poderosos?- se preguntaba
el pequeño
Al
ver regresar a sus padres corría hacia ellos, mamá traía muchos peces para la
pancita de Pingüichís.
-Mami,
¿cuándo voy a poder pescar como ustedes?
-Aún
eres pequeño, tienes muchas cosas que aprender. Cuando puedas vencer al viento
al caminar, ya casi estarás listo.
Pingüichís
pensaba entonces que tendría que ser casi tan grande como las aves grandulonas
para ser más poderoso que el viento.
Los
pingüinos y las focas no son enemigos y como Pingüichís era tan simpático,
enseguida se hizo amigo de una foquita, quien pronto se convirtió en compinche
de travesuras...
Un
día sabiendo que todavía no estaba preparado para nadar, fue con Foquis, su
amiga a darse un chapuzón. Cuando menos lo esperaban, una Orca, se acercó a
ellos dispuesta a darse un banquete.
-Pin…Pin…
¡Pingüichís!- gritó desesperada Foquis.
-Pero
¿qué te pasa, está fría el agua para vos o tenès miedo que te reprendan?-se
burló el pingüino.
Foquis
hacia señas para que mirara hacia atrás. ¿Vos que hubieras hecho? Cuando
Pingüichís se dio vuelta, quedó paralizado de miedo, si no fuera por su amiga
que los sacó del agua a empujones, es día no contaban la historia.
Y
qué reprimenda se llevó…
…..y
te quedarás sin una posta de pescado hasta mañana- dijo furioso papá pingüino.
Y
dejando caer una lágrima congelada por la mejilla, el polluelo se fue a dormir.
-Mami,
papá está muy enojado conmigo, ya no me quiere, ¿verdad?
-No
digas eso amor-contestó su mamá abrazándolo- siempre, siempre te vamos a
querer.
-¿Promesa
de pingüino?
-Promesa
de pingüino-respondió su mamá frotando los picos.
Esa
noche soñó que se comía un pez tan grande como esas aves extrañas que surcaban
el cielo Antártico y que él tanto admiraba…
Un
día se produjo gran alboroto en la colonia de los pingüinos, se rumoreaba que a
pocos quilómetros de allí, se instalaría otra aldea de los animales con dos
patas, dueños de las aves gigantes.
Pingüichís
era muy juguetón, travieso y…bastante inquieto. …Como vos, que estás leyendo
este cuento.
-¿Foquis,
me acompañas a ver de dónde provienen las aves gigantes?, quiero saber qué
comen para son tan fuertes y pueden volar. Han dicho algunos adultos, que
atraviesan los océanos para llegar aquí.
-Nooooo…y
¿si nos quieren comer?
-Eres
una miedosa como todas las niñas. Pero yo, soy un Pingüino Emperador, voy solo,
que me importa. Cruzaré enormes océanos
Lucharé
con monstruos y te aseguro que volveré volando como esas aves-protestó
Pingüichís mientras se deslizaba por una montaña de hielo por una montaña de
hielo.
-Comeré
lo mismo que el ave gigante y volaré como ella- se decía el pingüinito
patinando en el hielo para ir un poco más rápido.
El
viento soplaba fuerte…fuerte. Pingüichís caminaba dos pasos y retrocedía tres.
¿Estaría pronto para vencer al viento?
-Qué
despacio caminas ¡Si volaras llegarías más rápido!
-Y
tú, ¿quién eres?-
-¿No
ves? Soy un ave como tú y estoy dispuesta a enseñarte a volar. Claro, si tú
quieres…
-Tienes
toda la apariencia de ser un “skúa”, y te comes a los polluelos, me lo dijo mi
maestra, por tanto…. ¡fuera!
-Te
equivocas-decía el Skúa-tratando de confundirlo- si fuera así, ¿Te enseñaría a
volar? Pero si tienes miedo, seguí tu camino, pájaro bobo.
-¿Pájaro
bobo yo, pájaro bobo yo?-repetía Pingüichís. Para que sepas soy un Pingüino
Emperador y pronto aprenderé a volar mejor que vos, gaviota fea.
Diciendo
esto, se tiró de panza para deslizarse más rápido, ya que los pingüinos son muy
torpes para caminar. El ave ofendida estaba dispuesta a lanzarse sobre el
polluelo para comerlo…cuando sintió un ruido ensordecedor que hizo que huyera
más rápido que ligero.
Un
ave gigante de las que conocía Pingüichís, pasó sobre ellos despertando la
admiración del pequeño quien entre tropezones y patinadas iba diciendo:
-Espera…espera…quiero
ir contigooo
El
pingüinito que ya sabía nadar, se zambulló en el océano para seguirla.
Nadó
mucho para no perderla de vista, pero no sabía por qué, esta no le quiso
siquiera escuchar. ¿Piensas que Pingüichís decidió regresar?
No,
no de ninguna manera, siguió adelante mientras se decía:
-Seguramente
encontraré a algún animal que me pueda guiar, tal vez encuentre otro pingüino o
una foca y…si encuentro un monstruo
Mientras
hablaba en voz alta pensaba en su familia, en Foquis. ¿Le perdonarían sus
padres ésta travesura? Seguro que si “promesa de pingüino”.
El
polluelo siguió al ave misteriosa hasta que al fin…encontró la aldea.
Pingüichís
se acercó hasta un ave, era del mismo color que él, seguramente un pariente,
pensó.
-Ey,
soy Pingüichís, un ave como vos. Me gustaría saber que comes para ser tan
fuerte y volar. Pero… ¿por qué no me miras?, ¿quieres ser mi amiga? ¿Sí? , ¿No?
Bueno, si no respondes es que sí.
Entonces
descubrió que junto al ave extraña, había un tanque con un líquido de olor
fuerte. Pensó que eso sería el alimento mágico que tomaba el ave para volar.
-Voy
a probar un poco, total tienes mucho.
Ay
chicos, ¡ojalá nunca lo hubiera hecho!
Pingüichís
se retorcía de dolor de panza y sentía que algo lo quemaba por dentro. Y…cayó
como muerto.
Entonces
salió de la Base Antártica, que así se llamaba la aldea, el dueño del ave gigante
-Qué
extraño, una aurora polar verde. La última fue hace pocos días- comentó el
aviador...
-¿Qué
es esto?- dijo tropezando con el pequeño pingüino que yacía en el suelo.
Tomándolo
en brazos lo llevó dentro de la Base. Ahí había un médico que se hizo cargo del
paciente. Cuando Pingüichís se despertó,
se encontró rodeado por aquellos animales raros, que se llaman seres
humanos y que le salvaron la vida.
El
médico uruguayo dándole trocitos de pescado, le decía que nunca, pero nunca,
tenía que tomar alimentos desconocidos.
-Bueno,
pequeño-dijo el aviador-ahora que ya estás bien te voy a llevar a tu hogar.
Aunque serías una simpática mascota, seguro que tu familia está preocupada.
Enrique, el aviador, le regaló una gorra de lana, como símbolo de una nueva amistad.
Y
en verdad, los padres de Pingüichís estaban desesperados ante la desaparición
del polluelo.
-Hace
pocos días hubo una aurora polar verde, estoy segura que está bien-comentaba la
mamá.
Foquis
había contado lo sucedido, ya había voluntarios para salir al rescate cuando… De un ave gigante descendió sonriente
Pingüichís, luciendo la gorra de lana.
-No
te dije Foquis, ¿que vendría volando?-exclamó el pingüinito mientras corría
hacia sus padres que entre rezongos y piquitos, abrazaron al pequeño
-Están
muy enojados y ya no me quieren, ¿verdad?
-La
promesa de pingüino es querernos toda la vida, hijo-respondió el papá. Pero
espero que hayas aprendido una lección
Pingüichís
comprendió que todavía no podía vencer al viento y que además nunca podría
volar porque los pingüinos no vuelan.
Pero
se conformaba con pasear en el avión Hércules de su nuevo amigo Enrique, que lo
traía a casa cuando iba a visitar a sus amigos uruguayos en la Base Antártica
“Artigas”.
FIN
Esta obra ha sido el primer cuento para niños, escrito por una autora uruguaya, ambientado en la Antártida y con personajes que relatan la vida en las bases de nuestro país en el Continente Helado. En 2007, coincidiendo con el Año Polar Internacional 2007-2008, el cuento fue grabado con la voz de su autora e incluido en el disco "Antártida un sentimiento. Uruguay canta, recita y compone" editado por el programa radial Proyección a la Antártida del prof. Roberto Bardecio, con el apoyo del SODRE.
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Raquel Silvetti |
Acerca de la autora
Raquel SilvettiEs Educadora Preescolar, Narradora Oral Escénica, Escritora de cuentos infantiles.
Coordina el programa "La escuela y la biblioteca : un cuento nos une" en Biblioteca Nacional Uruguay. Este proyecto, visita escuelas urbanas y rurales de todo el país, difundiendo un concurso de cuentos y fomentando la lectura por placer en niños y docentes.
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